La habitualidad del lenguaje nos hace olvidar la fuerza tenue que tienen las palabras. Aunque desconozcamos u olvidemos las reglas gramaticales, la comunicación nos obliga desde pequeños a utilizar este mecanismo extraño para ponernos en relación con los demás.
Pero como decían BERGER y LUCKMAN, el lenguaje objetiva realidades que se le imponen al individuo, pero que él ayuda a fortalecer. En definitiva, que el lenguaje no es neutral. En esto la referencia a la manipulación del lenguaje que recrea ORWELL en 1984 es paradigmática.

No es necesario acudir a casos tan violentos para darnos cuenta de la fuerza de los mensajes en la comunicación. La publicidad utiliza los colores, los materiales, las formas para crear una semiótica del consumo que se encuentra socialmente respaldada para hacer del propio acto del consumo y la subida del PIB un deseo para salir de la crisis económica. La carga de género al utilizar mayoritariamente términos masculinos o la utilización vacía, consciente o no, del término desarrollo sostenible y la unión de los prefijos ECO- a todo lo que se desea dar una apariencia de respeto ambiental, no deja de ser otra manipulación del lenguaje cuando la idea dista de ser un reflejo de la realidad.
Como todo instrumento en manos del ser humano el uso que hagamos del lenguaje permite servir de puente o barrera. Todos somos inconscientes responsables (en el sentido ético) de la erosión progresiva del lenguaje y receptores pasivos de la manipulación de las ideas en la que estamos inmersos. Las palabras no son sólo esos inocentes conjuntos de líneas y formas, lo importante son las ideas que reflejan.
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